Para lo bueno (mucho), y para lo malo (en ocasiones, el exceso de retórica), la identidad de España se relaciona íntimamente con Xavi e Iniesta, en primer lugar, y después con Silva o Busquets. Casi todo lo demás acepta reemplazos. Ellos, los citados, definen la personalidad de una Selección que contra Irlanda (y con ellos) por fin se pareció a sí misma, más fina y conjuntada, formada por ocho del Barça en el once inicial. La buena noticia (estupenda) es que la versión B de España aporta los goles que se le resisten al equipo titular.
Hay disculpas para lo trabajado de la victoria y son aceptables. Para un campeón del mundo no debe ser fácil jugar al fútbol en un campo de béisbol, en el Bronx, contra unos irlandeses vestidos de negro y olfateando hamburguesas, costillas asadas y perritos calientes (hay 25 restaurantes dentro del Yankee Stadium, incluido un Hard Rock). Por suerte, el balón era redondo.
El terreno, en apariencia más pequeño de lo normal, no fue un problema para España. Para un bajito es más fácil acampar dentro de un ascensor. La tarea se hacía más ardua para los fornidos irlandeses, que, ante la estrechez, optaron por la simplicidad: pases largos al nueve. De haber sido Sammon un tipo rápido, hábil o con cierta destreza para el desmarque no hubiera resultado una idea tan mala. Las carencias del gigantesco ariete quedaron patentes cuando encaró a Valdés con todas las ventajas posibles (favor que le hizo Piqué): en ese momento crítico que distingue a los tigres de los mininos, Sammon sólo acertó a decir miau. Billy El Niño, cuya familia procedía de Irlanda, debió retorcerse en ese instante en su polvorienta tumba.
España, sin embargo, consiguió abstraerse del cámping. Su fútbol, por momentos, volvió a moverse al ritmo del Bolero de Ravel, con esa música in crescendo, con el efecto hipnótico de los pases repetidos. Irlanda no tuvo respuesta pese a jugar en casa: unos 36 millones de estadounidenses son de origen irlandés (no todos estaban en el estadio) y 22 presidentes de Estados Unidos comparten el mismo origen, incluido Obama (por parte materna).
Mientras Irlanda nos presionaba cariñosamente (las relaciones entre ambos países son históricamente magníficas por la ojeriza común a Inglaterra), la Selección fue aumentado la cadencia de sus golpes. Primero fue Pedro. Le siguieron Iniesta, Silva y Villa. Sobraban efectivos; faltaba precisión.
Con el paso del tiempo, España fue ganando los metros que perdía Irlanda. Del Bosque hizo más vertical el equipo. Entró Navas. Después, Casillas, Cesc y Soldado. Hasta que el trébol perdió la cuarta hoja. En la enésima aproximación, Soldado sacudió la red con un remate de nueve puro, de ariete sin tormentos, con la rotunda filosofía de los ligones y los carpantas: ave que vuela, a la cazuela.
El resto fue una píldora contra el sueño. Cox (léase coz) propinó un plantillazo a Busquets, Iker salvó el empate en primera instancia (paradón) y el árbitro en segunda (fuera de juego). Luego sentenció Mata, en virtuosa colaboración con Cazorla. La Selección viajará ahora a Brasil para cambiar de escenario y aroma. Fútbol, por fin fútbol.
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